domingo, 19 de octubre de 2008

Miradas desde el balcón

Acabo de llegar del teatro. Con mi amiga Manuela asistimos a una gala por la ceñebración de los 100 años de la casa. La Orquesta Sinfónica Nacional interpretó piezas de Wagner y de Rimsky Korsakov, que fueron las más aplaudidas. Antes de que los arpegios comenzaran a sentirse, desde el balcón de tertulia, donde estábamos acodados con Manuela, mis ojos se detuvieron en un palco del primer piso.
Un hermoso muchacho vestido con un pulover a rayas horizontales del que asomaba el cuello de una camisa blanca miraba hacia el público que caminaba debajo de él. A su lado se sentaban tres señoras, de las cuales ninguna hablaba con él por lo cual deduje que estaría solo. Hice un comentario a Manuela sobre mi descubrimiento y el muchacho pareció darse cuenta. Unos segundos después estaba adoptando una pose que ni la Condesa de Chikoff hubiera adoptado en una circunstancia como ésta: poso una mano sobre la otra y ambas sobre la baranda de su palco y alzando la cabeza continuó con su inspección de los asistentes de los demás palcos. Sí, estabamos ante un raro especimen dentro d ela comunidad: el puto coqueto.
El concierto comenzó y las luces se apagaron pero podía ver cómo a través de la oscuridad su anillo de plata refucilaba. Seguía con la misma postura de espalda erguida.
Me pregunté por qué era necesaria esa postura, ya era un muchacho lindo y además se vestía elegantemente, ¿qué le llevaba a comportarse así?
El concierto terminó y los gritos de "bravo" lanzaba a la gente escaleras abajo. Manuela se detuvo a saludar a unos conocidos, entre ellos al director del teatro. Ahí me cerró un poco más el cuadro: este otro puto, un poco más coqueto aún, se paró junto a la puerta de salida con su traje obligatorio pero con una bufanda de cashmire roja que le colgaba de los hombros. Las señoras mayores se detenían y lo felicitaban por haber traído a la Orquesta. El director brillaba y sonreía con las mujeres que se sacaban fotos con él. Todas de más de seis décadas. Si hubiera podido seguro que se hubiese puesto un chal de seda bordado de canutillos y hubiera posado para las fotos como Mirtha Legrand. Pero no.
Al puto del palco no lo volví a ver. Que pena.
Los gays somos personas que estamos acostumbrados a la mampostería pero cuando vemos a alguien que es capaz de actuar con coquetería nos sorprendemos un poco más.

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